¿Cómo nos afecta la situación de estado de alarma? Responden las familias

Han cambiado las cosas en la calle. En la tele. En las escuelas. En las tiendas. En los restaurantes. Y también han cambiado en casa. De hecho, ahora todo gira alrededor de nuestra casa. Los centros educativos, que cerraron el pasado 13 de marzo en todas las comunidades autónomas, apenas tuvieron tiempo de hacerse a la idea. Y los alumnos y las alumnas se fueron a casa desconcertados. Como también lo hicieron docentes y familias. Y la población en general: sin saber si el curso comenzaría pronto de nuevo o si ya podía darse por terminado, si institutos escuelas no volvían a abrir sus puertas. 

Lo que primero empezó con un gran desconcierto, pronto se convirtió en una gran mezcolanza de opiniones y emociones. Las realidades de las familias no son todas iguales. Así, a pesar de que hay padres y madres que se esfuerzan para ofrecer a sus hijos todo el apoyo del que son capaces, hay otros que ni tan siquiera tienen esta opción, porque no disponen de herramientas o recursos o porque, en una situación tan atípica como esta, no se encuentran emocionalmente fuertes como para asumir la carga de tareas e información que desde los centros educativos se quiere transmitir a sus hijas e hijos. 

Es ahora, en esta situación que nos ha llevado al límite, cuando se hace más evidente la importancia de la escuela como espacio vertebrador del conocimiento, de las relaciones sociales, para la formación de los individuos en igualdad de oportunidades. Y, ¿qué hacen las familias? Hemos hablado con padres, madres y alumnos para hacer un retrato de la situación actual y averiguar cómo les afecta. 

La tecnología: un puente hacia el aprendizaje

Los niños y los jóvenes tienen ganas de volver a los centros. Los docentes también. Reconocen que las aulas no son solo un espacio para dar órdenes y mandar trabajo. Las aulas son espacios para el aprendizaje compartido y vivencial, imprescindibles para la socialización y la cooperación. En el aula, con sus alumnos, los docentes tienen la certeza de dar la mano a todos. A distancia, no. 

Para Abril, que tiene doce años y estrenó su primer año de instituto en este curso 2019/20, las cosas no fueron fáciles al principio. “Estos días han sido un poco complicados, porque ni los alumnos ni los profesores estábamos acostumbrados a vernos a través de una pantalla. Resulta bastante extraño”, reconoce. 

Ella ha seguido las clases sin dificultades. Y más allá de que ha tenido que comprar un ordenador, lo lleva muy bien. Reconoce, eso sí, que este no es el caso de algunos de sus compañeros. “Algunos no se han podido conectar porque no tienen internet o portátil”.

Las clases se imparten a diario, aunque algunas asignaturas, como Valores/Religión, las tutorías y evidentemente las partes de laboratorio o taller de Ciencias Naturales o Tecnología se han dejado de hacer. “Todos los días se imparten clases virtuales por videollamada, a través de Google Meet. Cada clase dura 45 minutos y normalmente participo en dos todos los días”.

Si bien los esfuerzos se han multiplicado, parece que la falta de experiencia está originando problemas. Hay herramientas que no funcionan, conexiones que fallan y baterías que se agotan. Los correos también tardan en responderse. Esto hace que tanto alumnos como docentes se tengan que cargar de buena voluntad y paciencia.

“Lo que más echo de menos del Instituto es el contacto con compañeros y profesores. También echo muchísimo de menos a mis amigos”, resume Abril. 


¿Y los padres y madres, cómo lo hacen?

Si hablamos de los más pequeños, de Primaria e Infantil, toca dar voz a los padres y madres. Joan es padre de dos: un bebé de meses y una niña de cinco años. “Yo soy ilustrador y trabajo en casa desde hace años. Estoy habituado al confinamiento”, bromea. Por las mañanas se dedica a los niños y su pareja, que teletrabaja, lo hace por la tarde.

“Es imposible seguir un horario fijo”, reconoce. “Las interrupciones son continuas, ya sea para acompañar a la mayor en las tareas que hemos preparado en casa y para seguir las que nos ofrecen en la escuela; o para jugar, cocinar, ir a la compra… y, claro, seguir mimando al pequeño”. 

“Todo esto hace que los días se alarguen hasta el infinito. Una vez los niños están en la cama, nosotros aprovechamos para seguir trabajando y si podemos, nos levantamos antes para adelantar trabajo. La conciliación, en este caso, pasa por un desgaste físico y emocional brutal”. 

Mónica es mamá de dos niñas. En este caso de una adolescente y de una niña de seis años. Durante los primeros días del confinamiento, trabajaba como técnica de prevención de riesgos laborales y al mismo tiempo, se encargaba de la gestión de la empresa familiar. Su pareja no ha dejado de trabajar, porque forma parte de uno de los sectores que no han parado. 

Al cabo de unas semanas su empresa hizo un ERTO, sí que ahora sigue como autónoma, con dos niñas a su cargo. Es un más difícil todavía. “Primero intenté establecer unos horarios y era un estrés añadido. Quería llevar el trabajo al día, las tareas de las niñas, el orden y la limpieza de la casa… Pronto desistí”. 

El papel de las familias: un factor clave

El papel de las familias siempre es vital, pero en las actuales circunstancias, un buen apoyo en casa puede suponer la diferencia entre perder un curso o salir reforzado de la situación. Joan lo cuenta muy bien. “Nosotros siempre ofrecíamos aprendizajes complementarios en casa. Ahora hemos intensificado nuestro esfuerzo y hemos intentado hacerlo desde el principio. En primer lugar aprovechando los cuadernos y el material que ya teníamos, pero luego, y viendo que el confinamiento se alargaba, adquirimos cuadernos como apoyo para el aprendizaje”. 

“Ahora, desde que la escuela nos ofrece actividades semanales, intentamos seguirlo todo. Hay días, sin embargo, en los que no estamos animados. Si nos sentimos cansados, una parte u otra, si nos sentimos tristes o poco motivados, lo dejamos para el día siguiente. Pero esto lo hemos aprendido al cabo de los días. Es mejor así si no queremos perder el Norte”, reconoce Joan. 

Mónica incide también en el factor emocional. “Ya lo hacemos siempre, pero durante estos días, como todo el mundo, hemos vivido momentos de inquietud, de incertidumbre o incluso de miedo. Los días son largos y gestionar las emociones es complicado. A pesar de todo, creo que las pequeñas están conduciendo esta situación mucho mejor que los adultos, con un grado de madurez que nunca habría podido imaginar”.

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